Madre España

Amigos, les envío un hermoso Canto a la «Madre España», lleno de un
lindisimo sentimiento por lo Bueno, y lleno de «santa rabia» por los
destructores de lo Bueno. El autor es Gaston Cornejo, Senador en el Gobierno de Evo Morales en Bolivia.

Un fuerte abrazo – Dani Horowitz


En el postoperatorio de una intervención quirúrgica recurrimos a Pablo Neruda para mitigar los dolores y despertar la inmediatez de la armonía biológica a pesar de los viejos años que denuncia el soma.
Luego de varios días de somnolencia y sopor sobrevino la vigilia prolongada, los ojos se negaron a descansar hasta altas horas de un amanecer pleno de luz. Tomé su Antología Fundamental y releí sus Odas, mas quedé impactado en el capítulo “VIAJE AL CORAZÓN DE QUEVEDO”.

Degusté vocablo a vocablo pensando en la raíz hispana de los genes ancestrales y recordando que ha pocos días escribí una nota peyorativa sobre la Madre España a propósito del comportamiento oficial racista y atentatorio contra la senadora indígena Leonida Zurita, contra los cinco mil bolivianos emigrantes que persigue y pretende expulsar, contra sus transnacionales saqueadoras, contra la neocolonización que ejecuta en nuestra Abya Yala.

Nuestra raíz hispana llega desde las montañas de Asturias y de Santillana del Mar. imaginamos a un pequeño infante de familia campesina correteando por las serranías medievales, internándose en las cuevas prehistóricas de Altamira milenarias en Cantabria, muy próximo a Santander rodeada de cordilleras.
Luego, religioso aventurero, embarcado a la América distante con el propósito de cristianizar a los herejes, al estilo de su tiempo, a los originarios primitivos apostatas del Nuevo Mundo.

Suponemos que no atentó contra las estelas tihuanacotas, ni con furor fanático trazó cruces profanando los monumentales monolitos de los dioses tutelares cuya presencia altiplánica atentaba la sensibilidad religiosa de los santos y cristos inquisitoriales de su España natural.
Fue don Rafael de la Vara de la Madrid, muy joven, a fines del siglo 18, cuando llegó a las altas tierras peruanas. Se estableció en el valle central de nombre indígena K´hochapampa. En nuestras tierras vallunas se tituló de Obispo cuando le cupo sacramentar en matrimonio al último gobernador de Cochabamba, don Joseph Gonzáles de Prada, en el altar mayor de La Merced, la Santa Catedral en 1809.

Subió en jerarquía sucediendo en tercer lugar al Kolla Mitrado, Fray Bernardino de Cárdenas en el Obispado de Arani, cuyos dominios se extendieron a Santa Cruz de la Sierra por el oriente y llegaron hasta Asunción hacia el sur en las fronteras del Virreinato del Río de La Plata. Con motivo de ser transferido al obispado en La Paz y luego, al Arzobispado de Guatemala, dejó grabada su estampa pintada de cuerpo entero en la sacristía del templo de la Virgen La Bella.

Como varón formal, respondiendo a los apremios biológicos, procreó un retoño en matriz indígena, mas para silenciar maldades le asignó el nombre de Wenceslao y de apellido Bascopé, no el propio que debió ser: Wenceslao De la Vara, De la Madrid, de apellido materno ignorado.
De ese tatarabuelo venimos en progenie; de Wenceslao bisabuelo, de Luis Bascopé el abuelo; de Carmen Bascopé la madre y el suscrito pecador impenitente.

Desde otra raíz aún más antigua, 1532, nos llega en el genoma personal, otro entronque también original. Contiene el tinte conquistador de Manuel Fernández Cornejo, compañero de aventuras de Francisco Pizarro, con quien tuvo la mala presencia en el drama de Cajamarca, la toma al Rey inca. Fundó Arequipa y contrajo nupcias con la nieta del Inca Tupac Yupanqui.

En realidad, doble entronque hispano varonil en el árbol genealógico hispano-indígena, lo frecuente en nuestra historia colonial.

Por ello y con derecho, alzamos la palabra para reclamar de España, la sustracción de bienes naturales y riquezas, nos saquearon todos los recursos, selva, aire, aroma, viento, tierra y flores, pero también importa reconocer que nos dejaron tesoros: el idioma, el señorío, el honor, la superior presencia, la sagrada religión. Pedacitos de oro fueron cayendo de las monturas y de las angarillas repletas de pólvora y arcabuces, de las huestes violentas que en briosos corceles hollaron la tierra virgen de América. Se nutrieron los hablares y los gestos, se enardecieron los ánimos y aumentaron las diferencias somáticas en las facies y en las formas. Unos fueron patrones, los k´hapajcunas, otros los siervos, los yanacunas, más de trescientos años hasta el presente a inicios del nuevo siglo XXI. Así continúa, lastimosamente, la concepción de valores históricos y sociales en la empresa aérea “Iberia” y cuando en sentido contrario una ola de emigrantes bolivianos recurre a la madre España para aumentar los ingresos y cuando se llega a Europa por Barajas; así continúa el derecho propietario del conquistador cuando se encuentra en el fondo del mar, quinientos millones de dólares en libras esterlinas de plata y oro del Potosí colonial.

Pero, para tomar el pulso al alma de España, hemos abarcado imprudentemente en el tiempo. Retornemos a 1928, al “fondo del pozo de la historia”, como afirma Pablo Neruda, “al fondo del polvo que mañana volverá a vivir”, para continuar el hilo de nuestra meditación reflexiva en homenaje a nuestra España, a aquella que amamos y la sentimos viva en la interioridad de nuestros afectos.

A propósito de don Francisco de Quevedo y Villegas, a quien Neruda considera en el viaje a su corazón “el más grande de los poetas espirituales de todos los tiempos”, por quien fue “la innovación formal del idioma”. Luego de Quevedo, nos asegura Pablo, “vinieron el galante Góngora, la gracia infinita de Juan de la Cruz, la dulzura de Garcilazo, la amargura de Baudelaire, la videncia sobrenatural expresada en Rimboud, pero sobre todos ellos, la grandeza de Quevedo”. Más tarde, afirmamos que continuaron la línea quevediana nuestro Rubén Darío y naturalmente Neruda, receptores del tesoro idiomático y la celestial poesía.

Quevedo, “la roca tumultuosa, la piedra cortada en muro precipitado, el profeta del mensaje terrible, aquel que concentra en una frase, poderosos envíos de alma selecta”. Asegura Pablo que Quevedo le dio “una enseñanza clara y biológica”, no el Eclesiastés ni el Kempis, adornos de la necrología” sino “la llave adelantada de la vida”.
Nos cuenta que por causa de ser honesto y de perseguir corruptos entre cortesanos y príncipes, fue perseguido. Casi dos años estuvo en prisión el bardo sublime en el Convento Real de San Marcos de León, enfermo con tres heridas, carente de cirujano donde “el horror de sus trabajos, ha espantado a todos”.
El premio Nóbel de América conecta su reflexión literaria con otros grandes de la España que añoramos, Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, el cabrero de Orihuela y Rafael Alberti.
Nos situamos en 1939, la Guerra civil, la extrema facción del fascismo que asesinó a los tres primeros, instalado en la patria de estos puros de alma, seguidores de don Francisco, prolongados más allá de la eternidad.

Cuenta Pablo el relató personal de Federico, una anécdota genuina: cuando viajaba por las sierras de España asentó su “Barraca”, el teatro de estudiantes, en un pequeño poblado, perdido pueblo de su España castellana; mientras se instalaba el tinglado, visitó la discreta iglesia rural cuyas paredes guardaban lápidas obscurecidas, polvorientas y ausentes de la vista humana. Una de ellas registraba la siguiente inscripción “Aquí yace don Francisco de Quevedo y Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, Patrono de la Villa de San Antonio Abad”. El viejo nicho atesoraba los restos gastados del grande entre los grandes.

Concluimos el presente homenaje a la España idealizada evocando, como Neruda, el verso quevediano nunca jamás repensado por poeta alguno en el que asegura que “la muerte concede después de la partida toda la potencia del amor”.

Para ello nada mejor que transcribir el juicio de Pablo sobre la poesía de Quevedo: “No hay en la historia de nuestro idioma, un debate lírico de tanta exasperada magnitud entre el cielo y la tierra”: Si hija de mi amor mi muerte fuese
¡Qué parto tan dichoso que sería
El de mi amor contra la vida mía!
¡Qué gloria que el morir de amar naciese!
¡Llevaría yo el alma a donde fuese
El fuego en que me abrazo; y guardaría
Su llama fiel en la ceniza fría
En el mismo sepulcro en que durmiese!
Dexotra parte de la muerte dura
Vivirán en mi sombra mis cuidados.

Y continúa bellamente afirmando el retorno, la resurrección del amor… Alma a quien todo un Dios prisión ha sido
Venas que humor a tanto fuego han dado
Médulas que han gloriosamente ardido
Su cuerpo dexarán, no su cuidado
¡Será ceniza, más tendrá sentido!
¡Polvo será, más polvo enamorado!

Esta es la España que amamos, no la de Franco el tirano. La de Granada con Federico enamorado, no la que ordenó el crimen imperdonable. El canto de Miguel Hernández y Machado, no la de los fascistas que ahora reviven a inicios del nuevo tiempo.

Amamos la España del fantasioso Alberdi, las rosas de Machado en su alegría, no la del poeta exiliado, no la racista que discrimina, persigue y decreta la expulsión de bolivianos.

La España de la música gitana en su Andalucía mora, la gallega de la Ría ribereña en Vigo, en Pontevedra, en sus húmedas praderas, en su gente sencilla y elocuente, gritona y aventurera, pletórica de sentimientos espontáneos; jamás la inquisidora y escolástica, la bárbara y dogmática; nuestra la innovadora y ética de Maimonides en su Córdoba mora y gitana.

Amamos la cuna de Fray Luis de León en sus canciones formales; de Zorrilla en su tenorio. Nuestra la España profunda de Calderón en su sueño, la del viejo chivo Valle Inclán en sus sonetos, la del gigante Unamuno en su Salamanca, aquel que despertó la rabia de un general que no pudo más y espetó el grito delator: ¡Muera la cultura!, y qué decir de aquella que albergó la cuna del manco de Lepanto, escribiendo y construyendo su Caballero de La Mancha don Quijote, la hermosa Dulcinea y el simpático Sancho panza, el cobrador de impuestos frustrado en su fallida designación de Gobernador de Nuestra Señora de La Paz, futura capital de Bolivia, el ruiseñor entre los ruiseñores, el insigne don Miguel de Cervantes Saavedra.

Amamos la España de Velásquez en su Venus del espejo y en su Cristo crucificado; la de José de Ribera plasmando el Martirio de San Bartolomé, la locura de Goya y Lucientes, las torres de Gaudí en su Barcelona, el Picasso en su arlequín, el diabólico Dalí.

Es nuestra también la España del General Rojo en su batalla, la de su Alcázar en la Sevilla andaluza y en su acero toledano. La que albergó a Domenico Theotocópulien, el Greco, en la pureza estilizada de sus formas alargadas; jamás la que limpió el cerebro al peruano Vargas Llosa, hoy español extremista neoliberal, genuino solamente cuando escribió su “Tía Julia” en Cochabamba.

La sentimos nuestra al ver húmedos los ojos españoles de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle al entonar el canto “Maide” y al evocar con nostalgia su terruño.

Es nuestra la España en el corazón de Neruda y de Vallejo.

En fin, la Patria de tantos seres y de tantas creaciones espirituales y artísticas que la eternidad guardará para el futuro rebosante de poesía, de espíritu elevado y de humanismo pleno.

Esa es la España que queremos y respetamos y que, nobleza obliga, glosamos en el homenaje rescatado para los hermanos españoles humanistas, con el respeto y la expresión más cierta y sincera, en este tiempo de neoliberalismo deshumanizante, saqueador y racista.
España en nuestro corazón, desde la Bolivia de Evo Morales Aima, el indígena.

GASTÓN CORNEJO BASCOPÉ
SENADOR DEL MOVIMIENTO AL SOCIALISMO
COCHABAMBA – BOLIVIA, MAYO DE 2007

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