He llegado al lugar que me recomendaron. Estoy frente a la casa del doctor. Una pequeña placa advierte: «Usted que entra, deje toda esperanza.»
Después de mi llamada, se abre la puerta y una enfermera me hace pasar. Señala una silla en la que me siento. Ella se sitúa tras una mesa, frente a mi. Toma un papel y después de colocarlo en su máquina de escribir, pregunta: – nombre? – y yo respondo. – Edad?…, profesión?…, estado civil?… grupo sanguíneo?…
La mujer continúa llenando su ficha con mis antecedentes familiares de enfermedad.
Respondo por mi historia de enfermedades.
Inmediatamente, reconstruyo todos los accidentes sufridos desde mi infancia.
Mirándome fijamente, pregunta con lentitud: «Antecedentes criminales?». Por mi parte, respondo con cierta inquietud.
Al decirme, «cuáles son sus esperanzas?», interrumpo mi obediente sistema de respuestas y le pido aclaraciones. Sin inmutarse y mirándome como a un insecto, replica: «Esperanzas son esperanzas! Así es que empiece a contar y hágalo rápido, porque tengo que encontrarme con mi novio».
Me levanto de la silla y de un manotazo saco el papel de la máquina. Luego, lo rompo tirando los fragmentos en una papelera. Doy media vuelta y me dirijo a la puerta por la que entré. Compruebo que no puedo abrirla. Con molestia evidente, grito a la enfermera que la abra. No me responde. Giro sobre mí y veo que la pieza… está vacía!
A grandes pasos llego a la otra puerta, comprendiendo que tras ella está el consultorio. Me digo que allí estará el doctor y que le presentaré mis quejas. Me digo que por allí escapó esa maravilla. Abro y alcanzo a frenarme a escasos centímetros de una pared. “Tras la puerta una pared, muy bonita idea!»…Corro hacia la primera puerta, ahora se abre y choco nuevamente con el muro que me cierra el paso.
Escucho una voz de hombre que me dice por un altavoz: «Cuáles son sus esperanzas?» Recomponiéndome, le espeto al doctor que somos gente adulta y que lógicamente mi mayor esperanza es salir de esta ridícula situación. El dice: «La placa en la pared de entrada, advierte al que llega que deje toda esperanza».
La situación se me aparece como una broma grotesca, de modo que me siento en la silla a esperar algún tipo de desenlace.
Comencemos de nuevo – dice la voz – . Usted recuerda que en su niñez, tenía muchas esperanzas. Con el tiempo, advirtió que jamás se iban a cumplir. Abandonó pues, esos lindos proyectos… haga memoria.
Más adelante – continúa la voz – sucedió otro tanto y tuvo que resignarse a que sus deseos no se cumplieran… recuerde.
«Por fin, usted tiene varias esperanzas en este momento. No me refiero a la esperanza de salir del encierro ya que este truco de ambientación ha desaparecido. Estoy hablando de otra cosa. Estoy hablando de cuáles son sus esperanzas a futuro»
«Y cuales de ellas, sabe secretamente, que no se cumplirán jamás? ver, píenselo sinceramente».
«Sin esperanzas, no podemos vivir. Pero cuando sabemos que son falsas, no las podemos mantener indefinidamente, ya que tarde o temprano todo terminará en una crisis de fracaso. Si pudiera profundizar en su interior, llegando a las esperanzas que reconoce no se cumplirán y si, además, hiciera el trabajo de dejarlas aquí para siempre, ganaría en sentido de realidad. Así es que trabajemos de nuevo el problema… Busque las más profundas esperanzas. Esas que según siente, nunca se realizarán. Cuidado con equivocarse! Hay cosas que le parecen posibles, a esas no las toque. Tome solo aquellas que no se cumplirán. Vamos, búsquelas con toda sinceridad, aunque le resulte un poco doloroso.»
«Al salir de la habitación, propóngase dejarlas aquí para siempre.»
«Y ahora, terminemos el trabajo. Estudie, en cambio, aquellas otras esperanzas importantes que considera posibles. Le daré una ayuda. Dirija su vida solo por lo que cree posible o que, auténticamente, siente que se cumplirá. No importa que luego las cosas no resulten porque, después de todo, le dieron dirección a sus acciones.»
«En fin, hemos terminado. Ahora salga por donde entró y hágalo rápido, porque tengo que verme con mi secretaria.»
Me levanto. Doy unos pasos, abro la puerta y salgo. Mirando la placa de la entrada, leo: «Usted que sale, deje aquí toda falsa esperanza.»